Comentarios Filosóficos

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martes, 28 de julio de 2015

Nietzsche 5 (la gaya ciencia)


El cristianismo ha contribuido grandemente al racionalismo, propagando el escepticismo moral de una manera muy enérgica y aguda. Acusador lleno de amargura, pero dotado de paciencia y sagacidad admirables, fue destruyendo en cada individuo la fe en su propia virtud e hizo que desaparecieran para siempre de la tierra aquellos grandes virtuosos que en la antigüedad abundaron y que paseaban la fe en su perfección con el empaque de un torero.

La obstinación cristiana en representarse al mundo feo y malo ha vuelto efectivamente malo y feo al mundo.

El pecado, tal como hoy se considera, donde quiera que domina o ha dominado el cristianismo, es un sentimiento judío y una invención judía. Con relación a ese fondo de toda la moralidad cristiana, puede decirse que el cristianismo ha procurado judaizar el mundo entero se aprecia claramente hasta qué punto lo ha conseguido en Europa, observando la extrañeza que ofrece para nuestra sensibilidad la antigüedad griega -un mundo sin sentimiento del pecado- a pesar del esfuerzo de buena voluntad que generaciones enteras y algunos individuos excelentes han puesto en conseguir una aproximación y una asimilación de aquella.

"Dios no tendrá misericordia de ti si no te arrepientes" son palabras que habrían provocado la risa o la ira de un griego esos son sentimientos de esclavo, habría exclamado. Aquí se admite un dios poderoso, de suprema potencia y con todo eso vengador. Su poder es tan grande que no se le puede inferir daño salvo, en lo tocante a su honor. Todo pecado es una falta de respeto, un crimen, y nada más. Contricción, deshonor, humillación son las primeras y las últimas condiciones para conseguir su gracia; lo que exige, pues, es la reparación de su honor divino.

Si sobre esto si el pecado causa un mal, si origina algún profundo y creciente desastre que se apodera del hombre tras otro y los ahoga como una enfermedad, eso preocupa poco al oriental, ávido de honores, que mora en las alturas del siglo. El pecado es una falta contra el y no contra la humanidad. A aquel a quien otorga su gracia le concede también la propia indiferencia respecto de las consecuencias naturales del pecado.

Dios y la humanidad están concebidos separados, tanto en oposición el uno contra el otro, que en realidad es imposible pecar contra la última, pues el pecado debe considerarse sólo desde el punto de vista de sus consecuencias sobrenaturales, sin cuidarse de las naturales; así lo quiere el sentimiento judío para el cual lo natural es indigno en sí.

Al revés, los griegos admitían de grado la idea de que hasta el sacrilegio puede tener dignidad, hasta el robo, hasta el degüello del ganado. A su propensión a revestir de dignidad el sacrilegio se debe el que inventaron la tragedia, un arte y un placer profundamente ajenos a la índole del judío, a pesar de sus dones poéticos y de su inclinación a lo sublime.

Jesucristo no era posible más que en un paisaje judío; quiero decir, en un paisaje sobre el cual estuviera siempre suspendida la sublime nube de tempestad de Jehová iracundo. Allí únicamente se podía considerar el paso repentino e inesperado de un rayo de sol a través del horrible siendo constantemente oscuro, como un milagro de amor, como un rayo de gracia inmerecida. Allí solamente podía soñar el Cristo su arco iris y su escala celestial por la cual descendía Dios hacia los hombres. En los demás lugares, el buen tiempo y el sol eran demasiado cotidiano.

El fundador del cristianismo se figuró que no había cosa alguna que hiciera padecer tanto a los hombres como sus pecado. Era un error, el error del que no tiene pecado y carece en esto de experiencia.

Los caracteres como el del apóstol San Pablo hacen mal de ojo a las pasiones; no saben comprender más que lo torpe, lo que desfigura y desgarra los corazones; su aspiración ideal sería, pues, la destrucción de la pasión. Al revés de San Pablo, los griegos llevaron su aspiración ideal precisamente hacia las pasiones: amaron, elevaron, adoraron y divinizaron las pasiones. Y claro que en la pasión se sentían más dichosos, y más divinos que en los momentos ordinarios de la vida.

¿Conque un Dios que ama a los hombres a condición de que crean en el, lanza miradas terribles y amenazas al que no siente fe en su amor? ¿Con qué un amor con estipulaciones es el sentimiento del Dios omnipotente? ¡Un amor que ni siquiera se sobrepone al punto de honra y a la venganza! ¡Qué oriental es todo esto!

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