Comentarios Filosóficos

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lunes, 21 de septiembre de 2015

Nietzsche 9 (Mas allá del bien y del mal)

No aspireis nada que sea superior a vuestras fuerzas. Originase una falencia funesta en los que aspiran a algo superior a sus fuerzas.

El sentimiento original y primario del hombre es el miedo; por el miedo se explican todos los pecados y virtudes originales.

Más allá del bien y del mal:

Nuestras mentes rechazan la idea del nacimiento de una cosa que pueden hacer de su contraria, por ejemplo: la verdad del error, la voluntad de lo verdadero, de la voluntad del error; el acto desinteresado del egoísmo o la contemplación pura del sabio, de la codicia tal origen parece imposible: pensar en ello parecería propio de los locos. Las realidades más sublimes deben tener otro origen, que les sea peculiar. No puede ser su madre este mundo efímero, engañoso, ilusorio y miserable, esta enmarañada madeja fusiones, de ciegos frustraciones.

En el seno del ser, en lo que no morirá nunca, en un Dios oculto, en la cosa en sí, es donde debe hallarse su principio, ahí y en ninguna parte más.

Es este el perjuicio característico de los metafísicos de todos los tiempo; este género de estimación se halla en la base de todos sus procedimientos lógicos. A partir de esta creencia se esfuerzan en alcanzar un saber, crean la cosa que, al final, será bautizada pomposamente con el nombre de verdad

La creencia medular de los metafísicos es la creencia en la antinomia de los valores. Sin embargo, hay que dudar, por de pronto, de la existencia de antinomia; después habría que preguntarse si las evaluaciones y las oposiciones de valores usuales a los que los metafísicos han colocado su sello, no son sino evaluaciones superficiales, perspectivas momentáneas, tomadas desde un ángulo determinado.

Cualquiera que sea el valor que concedamos al verdadero, a la veracidad, al desinterés, podría suceder que nos hubiésemos obligados a atribuir a la apariencia, a la voluntad de la ilusión, al egoísmo y a la codicia, un valor superior y más esencial para la vida; se podría llegar a suponer incluso que las cosas buenas tienen un valor por la forma insidiosa en que están enmarañadas, y quizá hasta lleguen a ser idénticas en esencia a las cosas malas que parecen su contrarias.

He terminado por creer que la mayor parte del pensamiento consciente debe incluirse entre las actividades instintivas exceptuar el pensamiento filosófico. He llegado a esta idea después de examinar detenidamente el pensamiento de los filósofos y de leerlos entrelíneas.

La mayor parte del pensamiento consciente de un filósofo está gobernado por sus instintos y forzosamente conducido por vías definidas. Detrás de toda lógica y de la aparente libertad de sus movimientos, hay evaluaciones de valores, o, mejor dicho, exigencias fisiológicas impuestas por la necesidad de mantener un determinado género de vida. De ahí la idea, por ejemplo de que tiene más valor lo determinado que lo indeterminado, la apariencia menos valor que la verdad.

Pensamos que el hecho de que un juicio sea falso no constituye, en nuestra opinión, una objeción con 13 juicio. La cuestión es saber en qué medida este juicio no sirve para conservar la especie, para acelerar, enriquecer y mantener la vida. En principio, nos inclinamos afirmar que los juicios falsos son para nosotros los más indispensables, que el hombre no podría vivir sin las ficciones de la lógica, sin relacionar la realidad con la medida del mundo puramente imaginario y lo incondicionado y lo idéntico, sin falsear constantemente el mundo introduciendo en el el concepto de número. Esto llega hasta un punto en que renunciaron los juicios falsos sería renunciar a la vida, a negarla admitir que lo no verdadero es la condición de la vida, es oponerse audazmente al sentimiento que se tiene habitualmente de los valores. Una filosofía que se permita tal intrepidez se coloca, por el solo hecho, más allá del bien y del mal.




lunes, 17 de agosto de 2015

Nietzsche 8 (el anticristo)


La época presente siéntese enorgulleccida de su sentido histórico que, ¿cómo ha podido dejarse convencer por esa insensatez de que en el umbral del cristianismo existe una burda fábula de un salvador un hacedor de milagros, y de que todo lo espiritual y lo simbólico se ha desarrollado después? Por el contrario la historia del cristianismo, después de la crucifixión de Jesús, en la historia de una gradual interpretación del simbolismo primitivo, cada vez más falsa y más grosera a medida que el cristianismo se infiltraba entre masas más compactas y más groseras, que iban comprendiendo cada vez menos las primitivas condiciones de su nacimiento, se hacía más y más necesario vulgarizar el cristianismo, barbarizarlo. Así absorbió los dogmas y ritos de todos los cultos subterráneos del imperio romano y la insensatez de toda clase de debilidades mentales.

La precisión de que aquella creencia se volviese tan enferma, tan baja y tan vulgar, cuanto enfermos, bajos vulgares eran los menesteres que tenía que satisfacer, es lo que determina la necesidad de que este mismo.

Cuando el centro de gravedad de la vida no se coloca en la vida, sino en el más allá, en nada, se arrebata la vida su centro de gravedad de la gran mentira de la inmortalidad personal despoja de toda razón y de toda naturalidad al instinto. Todo lo que en los instintos es bienhechor y vital, cuanto promete algún porvenir, se mira con desconfianza. Vivir manera que no haya razón para vivir, es en lo sucesivo la razón de la vida.

¿Se han percatado las gentes del sentido que encierra la célebre historia que figura el principio de la Biblia, el pánico de Dios ante la ciencia? Esa historia no ha sido comprendida un. Ese libro, sacerdotal por excelencia, comienza una gran dificultad interior del sacerdote, para él no hay más que un gran peligro, uno solo; luego tampoco para Dios debe haber más que uno.

El dios antiguo, percepción acabada, tan pronto espíritu como gran sacerdote, se pasea por su jardín pero se aburre. Contra el aburrimiento hasta los dioses luchan en vano ¿qué se le ocurre entonces? Inventar al hombre, el hombre divertido. Pero entonces sucede que el hombre también se aburre. La compasión de Dios por el único pesar propio de todos los paraísos, no tiene. Entonces creo otros animales. Aquí surge de improviso, sin que los santos padres se percaten, la primera equivocación de Dios: el hombre no supo divertirse con los animales, reinó sobre ello, el ni siquiera quiso ser animal. En vista de ello, Dios crea la mujer. Y como por arte de magia, desaparece el aburrimiento y otras muchas cosas. La mujer fue la segunda equivocación de Dios: “por naturaleza toda mujer es una serpiente, Eva”; cualquier sacerdote lo sabe, comienza por la mujer vienen todos los males al mundo” la mujer hace comer al hombre del fruto del árbol de la ciencia. ¿Y qué sucede entonces? El pánico se apodera del dios antiguo. El hombre mismo, creado a su imagen y semejanza, se ha convertido en la mayor de sus equivocaciones, se ha creado un rival que, la ciencia lo hace igual a Dios, habrán acabado los sacerdotes y los dioses, si el hombre se vuelve sabio moraleja: la ciencia es en sí el fruto prohibido; el único vedado. La ciencia es el primer pecado, el germen de todo pecado, el pecado original esto sólo es la moral: “no conocerás”; lo demás son consecuencia. El terror de Dios no le impidió ser sagaz ¿cómo es posible defenderse de la ciencia? Tal ha sido durante mucho tiempo, el magno problema. Contestación: que el hombre salga del paraíso. La dicha y la ociosidad evocan pensamientos que, todo pensamiento es malo en sí, por lo tanto el hombre no debe pensar.

Y el sacerdote en sí inventó el castigo, la muerte, el peligro mortal del embarazo todo género de miseria, la vejez, los cuidados, y en primer término, la enfermedad la miseria impide que piense el hombre. Y con todo la obra del conocimiento se levanta gigantesca y toca muerte en el ocaso de los dioses. ¿Qué hacer? El dios antiguo inventa la guerra; separa los pueblos; hace que los hombres extermine mutuamente. La guerra es una gran perturbadora de la ciencia. El dios antiguo toma la última resolución: “el hombre se ha vuelto sabio, no se le puede utilizar, no tengo más remedio que ahogarlo”.

El principio de la Biblia contiene toda la psicología del sacerdote. Para el sacerdote no hay más que un gran peligro: la ciencia, la sana noción de causa y efecto. Mas la ciencia no prospera, por lo general, más que en buenas condiciones, se necesita tiempo, tener inteligencia sobrante para conocer por lo tanto hay que hacer al hombre desgraciado. Tal ha sido en todos los tiempo la lógica del sacerdote. Se comprende que siguiendo esta lógica, se halla introducido al mundo el pecado que, la idea de culpabilidad, de castigo, todo el orden moral, ha sido inventado contra la ciencia, contra la emancipación del hombre del poder del sacerdote. El hombre no debe salir de sí, debe mirar hacia sí mismo, no debe ver las cosas; con razón y prudencia para aprender, no debe ver nada, debe padecer.

Debe padecer de manera que tenga siempre la necesidad de sacerdote. La idea de culpa y de castigo, incluyendo la doctrina de la gracia, de la salvación del perdón, no representa otra cosa que un conjunto de mentira sin realidad psicológica alguna, inventada para destruir en el hombre el sentido de las causas, un atentado contra las ideas de causa y efecto.

El pecado has inventado para hacer imposible la ciencia, la cultura, la elevación y nobleza de la humanidad el reino de sacerdote se levanta sobre los cimientos del pecado.

El cristianismo vive en perenne lucha con la rectitud intelectual; la razón enferma es la única razón cristiana. Se pone al lado de todo lo que carece de inteligencia, pronuncia el anatema contra el espíritu, contra la soberbia del espíritu sano como la enfermera es parte esencial del cristianismo, es preciso también que el Estado típico piano, la fe, sea una forma mórbida; es necesario que todos los caminos rectos, leales, científico, que conducen el conocimiento se han repudiado por la Iglesia como sendas prohibidas. La simple duda ya es un pecado. La fe estriba en querer ignorarlo verdadero creyente, el eclesiástico, de uno y otro sexo, es falsario porque está enfermo; quinto le exige que la verdad no recobre su derecho. “Lo que hace enfermar y bueno, lo que desborda plenitud de potencias malo”; tal es el criterio del creyente.

Hace mucho tiempo ser ve que las convicciones son, acaso, enemigos más peligrosos para la verdad que las mentiras estimo, mentira negarse a ver ciertas cosas que se ven, negarse a ver alguna cosa tal como es; importa poco que la mentira tenga o no testigo. La mentira más frecuente es aquella con que nos engañamos a nosotros mismos, mentirle a los demás es un caso relativamente excepcional pero el no querer ver lo que se ve, el no querer ver como se ve, es la condición primera para todos los que pertenecen a un partido porque el hombre de partido necesariamente se vuelve mentiroso.


jueves, 30 de julio de 2015

Nietzsche 7 (el anticristo)

En el cristianismo, la religión no está en contacto con la realidad; tampoco la moralidad. No hay más que causas imaginarias (Dios, el alma, yo, el espíritu, el libre albedrío) y, por supuesto, efectos imaginarios (pecado, la salvación, la gracia, la expiación, el perdón de los pecados); una relación imaginaria entre los seres (los espíritus, el alma); una ciencia natural que sólo existen algunas imaginaciones; una psicología imaginaria(el arrepentimiento, la voz de la conciencia, la tentación del espíritu maligno, la presencia de Dios); una teología imaginaria (el reino de Dios, el juicio final, la vida eterna).

Ese mundo de ficciones se distingue, desfavorablemente para él, del mundo del ensueño, en que este refleja la realidad, mientras que el otro no hace más que falsear la para negarla después y despreciarla. Desde que se inventó el concepto naturaleza en oposición al concepto de Dios, la naturaleza se hizo sinónimo de despreciable y todo ese mundo de puras ficciones tiene su base en el odio contra lo natural, contra la realidad; es la expresión de una profunda aversión a la realidad. ¿Quién es el único que tiene motivos para salirse de la realidad por medio de una mentira?. Aquel a quien la realidad hace padecer. Y padecer, en este caso, significa ser una realidad frustrada. La preponderancia del sentimiento de no placer sobre el placer, es la causa de esta religión y esta moral ficticia.

La religión de buda está más saturada de realismo que la religión cristiana. Tiene, como herencia recibida, la facultad de saber objetivamente y plantear fríamente los problemas; vino después de un movimiento filosófico de muchos siglos; la idea de Dios ya estaba destruida cuando llegó esta religión. El budismo es la única religión verdaderamente positiva que nos muestra la historia, hasta en su teoría del conocimiento; no dice "lucha contra el pecado", sino que reconociendo los derechos de la realidad, dice: lucha contra el dolor.

Único remedio prescribe: la vida al aire libre, la vida errante, la templanza y la elección de los alimentos, la precaución contra los licores espirituosos y contra todos los estados afectivos que querían bilis y encienden la sangre; ¡nada de cuidados ni por sí ni por el prójimo! Recomienda representaciones que proporcionan el descanso o la alegría, inventa el medio de desembarazarse de los demás. Interpreta la bondad, el ser bueno, como cosa favorable de la salud. Todo eso está considerado como medio de combatir el exceso de sensibilidad; por eso el budismo no exige la lucha contra los herejes.

Se buscaba como fin supremo la calma, el silencio, la carencia de deseos, y se alcanzó este fin. El budismo no es una religión donde se aspira solamente la perfección, la perfección es el estado normal de los budistas.

En la religión de Cristo, figuran en primera línea los instintos de los subyugados y los oprimidos; las castas más bajas son las que buscan en él su salvación. Mantiénese, por medio de la oración, la comunicación con un poderoso llamado Dios; lo más alto es considerado como inaccesible. Recházase la carne y se rechaza de higiene. También es esencialmente cristiana cierta predisposición a la crueldad para consigo mismo para con los demás; el odio los incrédulos y a los disidentes, la manía de perseguir.

En primera línea se agitan ideas sin tranquilizadoras y sombrías; los estados del alma más preciados y que recibe nombres más honroso, están todos sujetos a un principio de epilepsia, el género de vida está ordenado de manera que favorezca los fenómenos mórbidos y sobrexcite nervios. Cristianismo es sinónimo de odio a la inteligencia, al orgullo, al valor, a la libertad, al libertinaje del espíritu. Al decir cristiano, se sobreentiende que se pretende expresar odio a los sentidos, al deleite general.

Al desbordarse el cristianismo del círculo donde por espacio de tantos años estuvo encerrado (las castas inferiores) que, cuando busco la fuerza entre los pueblos bárbaros, no tenía delante de sí, como materia prima, hombre fatigado, sino hombres embrutecidos interiormente que se destrozaban unos a otros. El descontento de sí mismo, el dolor de sí mismo, no crearon este caso, como entre los budistas, hiperestesia y excesiva facultad de padecer, sino al revés: un enorme deseo de producir sufrimiento, de desencadenar la tensión interior en actos de ideas crueles.

Necesitaba el cristianismo de ideas y valores bárbaros para adueñarse de las multitudes bárbaras: el desprecio de la inteligencia y la cultura, el tormento bajo todas sus formas corporales y espirituales, la gran pompa del culto. El budismo es una religión de hombres rezagados de razas que se han vuelto buenas, dulces, espirituales y son sensibles al dolor. El budismo representa un llamamiento a la paz y la serenidad. El cristianismo pretende ejercer su dominio sobre bestias feroces; el medio de que se vale es ponerlas enfermas, la debilitación es la receta cristiana para domesticar.

Se interpreta toda dicha como una recompensa, toda desgracia como castigo de la desobediencia Dios, como un pecado, y viene a parar en esta manera, la más mentirosa de todas, de interpretar una supuesta ley moral trastornando de una vez para siempre los conceptos naturales de causa y efecto. Cuando se destierra del mundo la causalidad natural por medio de la recompensa y el castigo, hace falta una causalidad contra naturaleza, que trae consigo todo lo que es contrario a la naturaleza, un Dios que exige, en vez de un Dios consejero que sea la expresión de toda la inspiración feliz del valor y de la confianza en sí mismo.

¿Qué significa el orden moral? Que existe de una vez y para siempre una voluntad que decide todo lo que el hombre debe hacer y no hacer; que el valor de un pueblo o de un individuo se mide según obedece peor o mejor la voluntad de Dios; que en los destinos de un pueblo con un individuo, la voluntad de Dios influyen un modo casi decisivo, es decir, que castigo recompensa según el grado de obediencia.

Frente a esta lastimosa mentira, la realidad es: uno sujeto parasitario que prosperan a costa de todo lo sano de la vida, los sacerdotes que abusan en nombre de Dios, llaman reino de Dios a un estado de cosas en que el sacerdote quien determina los valores; llaman voluntad de Dios a los medios que utilizan para alcanzar o conservar este estado de cosas; con un frío cinismo miden los pueblos, las épocas, los individuos según se hayan doblegado ante la voluntad sacerdotal o se hayan resistido a ella.

Luego dieron un paso más; la voluntad de Dios, es decir, la condición indispensable para que se conserve el poder del sacerdote, debe ser conocida; para lograrlo se hace preciso una revelación. En otros términos: es menester una gran falsificación literaria; se descubren las sagradas escrituras y se hacen públicas con toda la pompa jerárquica, con ayunos y lamentaciones por el largo período de pecado. Los designios de Dios estaban promulgados hacia mucho tiempo y la desgracia consistía en haberse apartado de las sagradas escrituras.

Desde entonces quedaron coordinadas de tal modo todas las cosas de la vida, que el sacerdote era indispensable en todas partes. En todos los acontecimientos naturales de la vida: en el nacimiento, en el matrimonio, en enfermedad, en la muerte, para no hablar del sacrificio aparece el parásito para desnaturalizar, ellos dicen santificarlo. El sacerdote desprecia y profana la naturaleza, y a causa de esa profanación se alimenta y subsiste.

La desobediencia Dios o, lo que es lo mismo, al sacerdote, a la ley, toma el nombre de pecado. Los medios de reconciliarse con Dios son, como es natural, medios que aseguran más radicalmente todavía la sumisión al sacerdote. El sacerdote es el único que posee el poder de redimir. Considerado psicológicamente, los pecados son necesarios en toda sociedad organizada sacerdotalmente son los instrumentos del poder; el sacerdote vive de los pecado, tiene necesidad de que se peque; si no hubiese pecadores el sacerdote los inventaría. Dios perdona al que se arrepiente; en otros términos: el que no se postraron ante el sacerdote se declara el mismo enemigo de Dios.

miércoles, 29 de julio de 2015

Nietzsche 6 (la gaya ciencia)



Es cierto que la reprobación del egoísmo, doctrina practicada con tanta tenacidad y convicción, ha perjudicado sin duda el egoísmo (en beneficio de los instintos de rebaño), sobre todo porque le ha quitado la tranquilidad de conciencia, enseñando a buscar en el egoísmo la verdadera fuente de todos los males. "Guiarse por el interés es en lo que hace desgraciada de la vida", esto es lo que se ha predicado por espacio de millares de años, y eso ha hecho mucho daño al egoísmo y le ha quitado mucho ingenio, mucha serenidad, mucha gracia, mucha belleza, embruteciéndote, afeándole, envenenándole. La filosofía antigua denunciaba en cambio otra fuente principal de males. Desde Sócrates, los pensadores no se cansaron de decir: "vuestro aturdimiento y vuestra tontería, el regalo de vuestra vida normalizada, vuestra subordinación a la opinión del vecino, son las razones que os impiden frecuentemente ser felices; nosotros los pensadores somos más felices, porque somos pensadores". No vamos ahora a averiguar si este sermón contra la necedad tiene mejores razones en qué fundarse que el otro sermón contra el egoísmo; pero lo que sí es cierto es que ha quitado a la tontería su tranquilidad de conciencia.

¿Os conviene ser ante todo hombre compasivo? ¿Conviene a los que parecen que los compadezcáis? Lo que nos hace parecer más honda y personalmente es casi incomprensible e inasequible para los demás; por eso permanecemos ocultos para el prójimo, aunque comamos con él en el mismo plato.

Nuestro dolor es malinterpretado por quienquiera que observe que padecemos, pues lo propio del sentimiento de compasión es despojar al dolor ajeno de lo que tiene de personal. Nuestros bienhechores rebajan más que nuestros enemigos nuestro valor y nuestra voluntad. En la mayor parte de los beneficios que se hacen a los desgraciados hay algo que indigna, por la indiferencia intelectual con que el compasivo se juzgar al destino sin saber nada de las consecuencias y complicaciones interiores que para mi o para ti se llaman infortunio.

Toda la economía de mi alma, un equilibrio ante la desgracia, las nueva fuente que abre y las necesidades nuevas que de ella dimana, las viejas heridas que se cierran, las épocas enteras de lo pasado que son arrolladas, de todo eso que con la desgracia se liga, no se preocupa nuestro buen compasivo: quiere socorrer y no piensa que la desgracia puede ser una necesidad personal y que tu o yo podemos necesitar tanto del terror, de las privaciones, de la pobreza, de los sobresaltos, de las aventuras, de los peligros y de los desengaños.

El compasivo no sabe nada de esto, el corazón le manda socorrer y quiere hacerlo mejor cuanto más pronto socorre. Si vosotros, los partidarios de esta religión, experimentáis en verdad hacia vosotros mismos un sentimiento semejante al que os inspira el prójimo; si no querés conservar vuestro dolor una hora y ésta es siempre previniendo de lejos cualquier desgracia imaginable, si el dolor y las molestias os parecen en general cosas malas, odiosas, dignas de ser suprimidas, como una mancha de la vida, entonces, además de vuestra religión de caridad tenéis otra religión en el corazón: la religión del bienestar.

martes, 28 de julio de 2015

Nietzsche 5 (la gaya ciencia)


El cristianismo ha contribuido grandemente al racionalismo, propagando el escepticismo moral de una manera muy enérgica y aguda. Acusador lleno de amargura, pero dotado de paciencia y sagacidad admirables, fue destruyendo en cada individuo la fe en su propia virtud e hizo que desaparecieran para siempre de la tierra aquellos grandes virtuosos que en la antigüedad abundaron y que paseaban la fe en su perfección con el empaque de un torero.

La obstinación cristiana en representarse al mundo feo y malo ha vuelto efectivamente malo y feo al mundo.

El pecado, tal como hoy se considera, donde quiera que domina o ha dominado el cristianismo, es un sentimiento judío y una invención judía. Con relación a ese fondo de toda la moralidad cristiana, puede decirse que el cristianismo ha procurado judaizar el mundo entero se aprecia claramente hasta qué punto lo ha conseguido en Europa, observando la extrañeza que ofrece para nuestra sensibilidad la antigüedad griega -un mundo sin sentimiento del pecado- a pesar del esfuerzo de buena voluntad que generaciones enteras y algunos individuos excelentes han puesto en conseguir una aproximación y una asimilación de aquella.

"Dios no tendrá misericordia de ti si no te arrepientes" son palabras que habrían provocado la risa o la ira de un griego esos son sentimientos de esclavo, habría exclamado. Aquí se admite un dios poderoso, de suprema potencia y con todo eso vengador. Su poder es tan grande que no se le puede inferir daño salvo, en lo tocante a su honor. Todo pecado es una falta de respeto, un crimen, y nada más. Contricción, deshonor, humillación son las primeras y las últimas condiciones para conseguir su gracia; lo que exige, pues, es la reparación de su honor divino.

Si sobre esto si el pecado causa un mal, si origina algún profundo y creciente desastre que se apodera del hombre tras otro y los ahoga como una enfermedad, eso preocupa poco al oriental, ávido de honores, que mora en las alturas del siglo. El pecado es una falta contra el y no contra la humanidad. A aquel a quien otorga su gracia le concede también la propia indiferencia respecto de las consecuencias naturales del pecado.

Dios y la humanidad están concebidos separados, tanto en oposición el uno contra el otro, que en realidad es imposible pecar contra la última, pues el pecado debe considerarse sólo desde el punto de vista de sus consecuencias sobrenaturales, sin cuidarse de las naturales; así lo quiere el sentimiento judío para el cual lo natural es indigno en sí.

Al revés, los griegos admitían de grado la idea de que hasta el sacrilegio puede tener dignidad, hasta el robo, hasta el degüello del ganado. A su propensión a revestir de dignidad el sacrilegio se debe el que inventaron la tragedia, un arte y un placer profundamente ajenos a la índole del judío, a pesar de sus dones poéticos y de su inclinación a lo sublime.

Jesucristo no era posible más que en un paisaje judío; quiero decir, en un paisaje sobre el cual estuviera siempre suspendida la sublime nube de tempestad de Jehová iracundo. Allí únicamente se podía considerar el paso repentino e inesperado de un rayo de sol a través del horrible siendo constantemente oscuro, como un milagro de amor, como un rayo de gracia inmerecida. Allí solamente podía soñar el Cristo su arco iris y su escala celestial por la cual descendía Dios hacia los hombres. En los demás lugares, el buen tiempo y el sol eran demasiado cotidiano.

El fundador del cristianismo se figuró que no había cosa alguna que hiciera padecer tanto a los hombres como sus pecado. Era un error, el error del que no tiene pecado y carece en esto de experiencia.

Los caracteres como el del apóstol San Pablo hacen mal de ojo a las pasiones; no saben comprender más que lo torpe, lo que desfigura y desgarra los corazones; su aspiración ideal sería, pues, la destrucción de la pasión. Al revés de San Pablo, los griegos llevaron su aspiración ideal precisamente hacia las pasiones: amaron, elevaron, adoraron y divinizaron las pasiones. Y claro que en la pasión se sentían más dichosos, y más divinos que en los momentos ordinarios de la vida.

¿Conque un Dios que ama a los hombres a condición de que crean en el, lanza miradas terribles y amenazas al que no siente fe en su amor? ¿Con qué un amor con estipulaciones es el sentimiento del Dios omnipotente? ¡Un amor que ni siquiera se sobrepone al punto de honra y a la venganza! ¡Qué oriental es todo esto!

lunes, 27 de julio de 2015

Nietzsche 4 (la gaya ciencia)



¿Cómo se formó la lógica en la cabeza del hombre? Sin duda mediante lo ilógico, cuya esfera debió ser inmensa primitivamente. Parece cada vez más cierto que han ido desapareciendo innumerables seres que discurrían diferentemente de cómo nosotros que escurrimos. Aquel que no acertaba, por ejemplo, a descubrir semejanzas en lo relativo a los alimentos o los animales enemigos del hombre, el que establecía con demasiada lentitud las categorías o era demasiado circunspecto en la subsunción o clasificación de las ideas, disminuía sus probabilidades de duración mucho más que aquel otro que en presencia de cosas parecidas deducía inmediatamente su igualdad.

De suerte que una inclinación predominante a considerar desde el primer instante las cosas parecidas como iguales, propensión ilógica en realidad, pues no hay cosa que sería igual a otra, fue quien echó primeramente los cimientos de la lógica. De igual manera, para que se formase la noción de sustancia indispensable para la lógica, fue preciso que por mucho tiempo no se viera ni sintiese lo que hay de mudable en las cosas.

Los seres que no veían esto con exactitud tuvieron una ventaja sobre aquellos que advertían las fluctuaciones de las cosas. Todo grado superior de circunspección en las conclusiones, toda propensión al escepticismo es ya de por sí un gran peligro para la vida.

Ningún ser viviente hubiese logrado conservarse si no se hubiera desarrollado con intensidad extraordinaria la inclinación contraria a aquella: la propensión a afirmar cualquier cosa antes que suspender el juicio, a engañarse y amplificar antes que esperar, a aprobar antes que negarse a juzgar como quiera que sea antes que ser meticuloso.

Causa y efecto: he ahí una dualidad que probablemente no existe. En realidad lo que tenemos delante es una continuidad, de la cual aislamos algunas partes, de la misma manera que percibimos un movimiento como una serie de puntos aislados, pero no lo vemos, lo suponemos. En ese veloz segundo hay una infinidad de fenómenos que se nos escapan. Una inteligencia que viese las causas y los efectos en forma de continuidad no a la manera que nosotros los vemos, en arbitrario fraccionamiento, que viese en suma el curso de los acontecimientos, negaría los conceptos dos de causa y efecto y toda condicionalidad.

El hombre ha sido criado por sus errores: en primer lugar, se ve siempre incompletamente y nada más, segundo lugar, se atribuye cualidades imaginarias, en tercer lugar, se figurara hallarse en una relación, que es falsa, con la naturaleza, y en cuarto, inventa tablas de bienes siempre nuevas, que por espacio de algún tiempo considera, no obstante, como eternas y absolutas.

Donde quiera que rige una moral, hallamos una evaluación y una clasificación de los actos y de los instintos humanos. Tales evaluaciones y clasificaciones expresan siempre las necesidades de una comunidad o un rebaño. Lo que conviene en primer término a la grey es también la superior medida que se aplica al valor de los individuos.

La moral enseña al individuo a ser función del rebaño y a no atribuirse valor más que en concepto de tal función. Y como las condiciones para la conservación de una comunidad han sido muy diferentes a veces de las que otras requería, de ahí que haya habido morales también muy diferentes.

domingo, 26 de julio de 2015

Nietzsche 3 (la gaya ciencia)


Durante largas edades la inteligencia no engendró más que errores. Algunos de ellos resultaron útiles para la conservación de la especie el que dio con ellos o los recibió en herencia pudo luchar por la vida en condiciones más ventajosas y legó este beneficio a sus descendientes. Muchos de estos errores artículos de fe, transmitido por herencia, han llegado a formar un fondo y caudal humano. Se admitió, por ejemplo, que existen cosas iguales, que hay objetos, substancias, cuerpos, que las cosas son lo que parecen ser, que nuestra voluntad es libre, que lo que es bueno para algunos es bueno en sí.

Muy tarde aparecieron los que negaron y pusieron en duda semejantes proposiciones, y muy tardíamente también surgió la verdad, la forma menos eficaz del conocimiento. Parece que no podemos vivir con ella, pues nuestro organismo está dispuesto para lo contrario de la verdad; todas sus funciones superiores, las percepciones de los sentidos, y en general toda sensación, se amolda a esos antiguos y fundamentales errores, que aquellos se han asimilado.

Más aún dichas proposiciones erróneas llegaron a ser, en la esfera del conocimiento, normas con arreglo a las cuales se apreciaba lo verdadero y lo no verdadero hasta en las cosas más distantes de la lógica pura. Luego la fuerza del conocimiento no reside en el grado de verdad que tenga, sino en su antigüedad, en su grado de asimilación, en su carácter de condición vital. Y aún en aquellos puntos en que estas dos cosas, vivir y conocer, parecen hallarse en contradicción, jamás ha habido lucha verdadera entre ellas, pues en esta esfera es la negación y la duda serían una locura.